Los tres cerditos y la casa de chocolate

Los que somos estudiosos de los cuentos tradicionales y de los símbolos que contienen, solemos ser muy respetuosos con ellos y nos cuidamos mucho de cambiar detalles que pueden pervertir por completo el significado del cuento original.

Intentamos que las versiones de esos cuentos tradicionales sean lo más antiguas posibles, con la ilusión de que los recopiladores recogieran las palabras de la forma más pura posible. Aunque también entendemos que hasta que fueron transcritos sufrieron ya muchos cambios al pasar de boca en boca y de un sitio a otro, arrastradas por el viento y las voces de quiénes los contaban.

No obstante, siempre que guardemos las formas con los cuentos originales, es muy goloso inventar, mezclar, improvisar, en definitiva jugar, con los cuentos. Y de ese juego salió hace ya casi tres años un cuento tradicional traicionado que yo misma inventé. Y que es el que hoy os comparto.

Os invito a seguir con este juego y dejarme, en los comentarios, pequeñas versiones traicionadas de cuentos tradicionales. ¿Juegas?

 

LOS TRES CERDITOS Y LA CASA DE CHOCOLATE      

Carmen González

tres cerditos en chocolateLa última remesa de cacao azteca había llegado por la mañana.

La bruja puso todo el cacao en el caldero, le añadió mucho azúcar, leche de cabra y doce pizcas de pimienta. Dejó encargado a Michifú, su gato blanco persa, al cuidado de remover la mezcla. Michifú removió veinticuatro veces y la masa se volvió uniforme.

La bruja esperó ocho ratos y luego volcó la mezcla sobre el molde de las contraventanas. El chocolate se extendió por todos los vericuetos y rincones.

Cuando el chocolate se enfrió, la bruja sacó las contraventanas del molde y las colocó en sustitución de las viejas, que estaban medio derretidas. La verdad es que toda la casa se estaba viniendo abajo. Luego entró en la casa y se puso a hacer calceta.

– ¡Atchís! ¡Atchús! ¡Aaaaaaatchés! –escuchó desde dentro la bruja. Y salió a ver qué pasaba.

Fuera había tres cerditos comiéndose las contraventanas que acaba de colocar. La pimienta les había hecho estornudar. La bruja, sorprendida, les dijo:

– Pero, ¡bueno! ¿Qué hacéis vosotros aquí? ¡Éste no es vuestro cuento!

Los tres cerditos se miraron, titubearon y finalmente el cerdito mayor habló.

– Sí… bueno… es que venimos huyendo del lobo. ¡Atchís!

– Pero ¿acaso no fuiste tú el que construyó una casa a prueba de lobos y conseguisteis salvaros?

– Lo intenté –dijo el cerdito mayor- pero utilicé un cemento en malas condiciones, el lobo sopló y sopló y la casa se derrumbó. Comenzó a perseguirnos y, para salvarnos, tuvimos que emigrar al bosque de otro cuento. ¡Atchís!

– ¿Y no sabéis que esto que estáis haciendo es un atentado contra la propiedad privada?

– Bueno… -prosiguió el cerdito mayor- pero tú hiciste esta casa de chocolate con la intención de que los golosos se la comieran y cayeran en tu trampa. Lo único que hacemos es seguir las reglas del juego.

– Ehhhh… Sí… Pero… pero… No os esperaba a vosotros –dijo la bruja, absolutamente perpleja con esa respuesta-. Es que ahora… ¡tendré que comeros! Vosotros sois cerditos lechales y yo tengo intolerancia a la lactosa. ¡Me vais a dar una indigestión de las buenas!

– Pues… se me ocurre una solución –dijo el cerdito mayor-. Veo que tu casa se está viniendo abajo y yo soy un buen arquitecto y constructor. Podemos ayudarte a arreglarla y a cambio nos dejarás vivir en ella y te librarás de la indigestión.

La bruja arrugó la nariz, como hacía siempre que pensaba. La verruga postiza se le cayó al suelo, pero ni se dio cuenta, con lo que no se la pudo volver a colocar.

Después de pensar aceptó el trato y los tres cerditos empezaron a reconstruir la casa. Utilizaron todos los materiales que tenían a su alcance: hojas de abeto, raíces, hierbajos, zanahorias y muchas bellotas. Cada uno se construyó una habitación para él sólo, a su gusto. Cuando la casa estuvo acabada se sintieron tan satisfechos y felices que hicieron una fiesta. Y bailaron y cantaron los tres juntos.

– ¡Es la casa de mis sueños! –Dijo el cerdito pequeño-.

– ¡Es la casa dónde siempre deseé vivir! –Dijo el cerdito mediano-.

– ¡Esta casa supera mis mejores expectativas! –Dijo el cerdito mayor-.

La bruja contemplaba la casa, que antes había sido de chocolate, caramelo, golosinas, bizcocho y pan dulce y ahora lucía un aspecto tan diferente. Pensaba que ahora no habría muchos niños que quisieran hincarle el diente a esa casa, pero… extrañamente se sentía liberada.

– Sabéis –dijo la bruja a los cerditos-. Yo siempre había pensado que la vida que llevaba era la que me tocaba vivir, nunca me pregunté si era la que deseaba vivir. En realidad a mí nunca me ha gustado comer niños. De hecho creo que me sentaría mucho mejor una dieta vegetariana. Y quedarme en este bosque, siempre sola… tampoco me gusta mucho.

La bruja arrugó la nariz, como hacía siempre que pensaba,  y se dio cuenta de que ya no tenía su verruga postiza. Después de pensar dijo:

– Esta es la casa de vuestros sueños y aquí debéis quedaros. Yo me voy. Buscaré algo que realmente me guste. Igual me traslado al bosque de vuestro cuento.

Y diciendo esto, se colocó un vestido rojo con capucha, porque siempre le había apetecido vestirse así y se fue por los caminos acompañada de Michifú, que se había calzado un par de botas.

Tradición traicionada